Estamos en este pueblecito portugués desde el día 2 y todas las noches fuimos a escuchar jazz, sentados en sofás de mimbre con unos cojines muy cómodos, chimenea encendida y dos tés con porciones de tarta de queso y frambuesa, nos sentíamos muy relajados y disfrutando de cada minuto de estas minivacaciones.
Los pueblos costeros tienen otro ritmo, en este, el ritmo lo marcaban las pedaladas de las bicicletas que usaban todos. Los viejecitos portaban bicis antiguas, que seguramente arreglan ellos, y en las que no faltaba una cesta para llevar los recados que hacían. Se paraban para participar en una tertulia mientras miraban al mar o a la gente que pasaba, o a tomar un café en alguna terraza.
Tranquilidad, no conocen los agobios ni falta que les hace. Lo básico los hace felices y no piden más.
Cuánto daríamos nosotros por algo así? Yo lo tengo claro.
En la libreta que me acompaña siempre, encontré esto y me pareció muy bonito. Compartirlo con vosotros me complació mucho y de esta forma también quiero pedir perdón por el abandono.
Un abrazo
Nada que perdonar. Espero que te encuentres bien, Josela.
ResponderEliminarUn beso!
Fer
Fer no logro entrar en tu blog, me sale una publicidad? Que me lo impide. Ya investigaré
EliminarAmiga Fer te daría un abrazo inmenso y nos iríamos a tomar un café, pero, quién dijo que no se pueda hacer virtualmente. Nuestras mentes son poderosas!
ResponderEliminarTengo la casa como un rastrillo, hay desorden por todas partes. Coincidieron mis más fervientes ganas de darle un carácter minimalista con el regreso de las vacaciones. En fin...ya sabes.
Lo dicho, me ha emocionado que fueras la primera.
Josela
Feliz regreso. Y gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Un abrazo muy afectuoso, querida Angie.
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