viernes, 8 de agosto de 2014

Relato. Capítulo 5. Viviendo

Había dormido bien. Las sábanas olían al aire del mar, la temperatura era perfecta a pesar de dormir con la puerta de la terraza entreabierta, y su cuerpo necesitaba descanso.
La despertaron las gaviotas y los primeros rayos de sol. Por un momento no sabía donde estaba y lo mismo le sucedía a Pepa. Se miraron una a la otra y María con una caricia tranquilizó a su perrita. Todo bien.
Abrió las puerta de la terraza de par en par para que todo se inundara de la cálida brisa, y descalza se dirigió al baño.
La noche anterior cuando Lucía, la madre de Nuria, le mostró la buhardilla, lo que más le llamó la atención fue esa estancia. No estaba oculta al final del pasillo, porque aquí ni siquiera lo había, formaba parte del conjunto. Separado del dormitorio  por el armario y del resto por un mueble a media altura, muy parecido a una cómoda lleno de toallas. Cajas y cestos recogían gel, champú, jabones, sales, pañuelos de papel, todo lo necesario. Una planta y un cuenco con conchas lo decoraban.
Ahora le apetecía un baño, un baño relajante y sin prisas, pero Pepa reclamaba su paseo y tenía que conformarse con una ducha.
Cuando salía del baño con una toalla enrollada en su cuerpo y perfumada con aroma de lavanda; unas voces le llegaron del patio de la casa.
Dejó la toalla encima de la cama y se vistió. Una blusa blanca hacía resaltar su piel morena curtida por el trabajo al aire libre, y unas sandalias negra, igual que la falda, la mantendrían fresca y ligera todo el día. En el espejo del armario se echó un vistazo mientras se arreglaba el pelo con los dedos. Su marido, su difunto, no aprobaría tanto arreglo, pero ya no estaba presente para censurarla y criticarla, para ningunearla y hacerla sentir menos que una pisada.
Con un gesto con la mano alejó esos pensamientos y con una sonrisa se asomó por la terraza para saludar a los ocupantes del patio.
Eran Lucía y Martín que estaban poniendo la mesa del desayuno. Levantaron la vista y con un saludo la invitaron a bajar a desayunar.
De la mesilla de noche cogió el colgante que era un pequeño reloj heredado de su madre y que siempre llevaba puesto y, con Pepa a su lado, bajó las escaleras.

8 comentarios:

  1. Es un bonito texto plagado de verano a la misma orilla del mar. Ojalá la vida fuera como esas mañanas en que todo parece posible.
    Besos

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    1. Todo es posible, Dr. Solo hay que ponerlo en marcha.
      Un abrazo

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  2. A ver si hoy tengo suerte, Josela, y se publica el comentario, porque todos los intentos de ayer fueron infructuosos, casi tiro el iPad por la ventana, con lo contenta que estaba yo en el pueblo con mis apaños de Internet y se acabó la cobertura, ya no funciona nada.

    Lo que te decía era que todo olía bien, a brisa, a mar, a desayuno, jna mezcla de olores que auguran un día estupendo y, de momento, un estupendo desayuno, y cuando se desayuna rico, el mundo se ve de otro color.

    Muchos besos. A disfrutar de las vacaciones.

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    1. Angie, seguro que como a mí, te encantan las primeras horas del día donde todo es posible y te sientes llena de esperanza y entusiasmo. Aunque luego, el transcurrir del día te da varapalos y alguna alegría.

      Un beso y feliz llegada a la realidad

      Josela

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  3. hermoso relato... espero más
    saludos
    carlos

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    1. Gracias por ser tan benévolo conmigo. Tú si que escribes bien.
      Hoy acabo el relato para que ambas, María y yo, sigamos con nuestras vidas, cada una asumiendo roles y tomando decisiones.
      Un saludo
      Josela

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  4. ¿sabes??
    ha sido un placer descubrirte

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    1. Gracias por interesarte por mis relatos. Es un placer tenerte entre mis lectores y espero que disfrutes.
      Un abrazo
      Josela

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