Mujeres, casi exclusivamente mujeres, circulaban presurosas por las callejuelas del pueblo;unas a recoger el pan, y los pasteles y tartas que habían encargado. Otras con las bolsas de un « ultramarinos», que estaba abierto aún en festivo. Compras de última hora y el menú ya tomando forma en su cabeza. Era el día de la fiesta.
María estaba asomada al pequeño balcón de la habitación de la casa de huéspedes y era testigo de lo que acontecía.
El día anterior, cuando ella y su perrita Pepa subieron a la furgoneta después de disfrutar de una ensoñadora puesta de sol en la playa, se sintió preocupada; no tenía ni idea de donde iban a pasar la noche.
Siguió adelante circulando siempre al lado del mar y aparecieon las primeras casas. Unas con jardines muy cuidados en la parte delantera y otras en medio de parcelas con huerta, frutales y cobertizos. Por un momento recordó su granja.
Supuso que había llegado a lo que era el centro del pueblo porque ya había algún comercio, tiendas y una gran fuente, en el centro, con bancos alrededor.
Sacó a Pepa de la furgoneta y le puso la correa; daría una vuelta y se informaría de si había algún hotelito barato o una pensión cerca.
Las farolas ya estaban encendidas y una brisa cálida invitaba al relax, a sentarse en una terracita y olvidarse de todo.
Un local le llamó la atención, una pequeña cafetería que a la vez vendía pan y pasteles y tenía unas mesas fuera con velas en un bote de cristal y un pequeño jarrón de flores de lavanda en un simple bote de latón. Una suave música salía de su interior dejándola embelesada y allí mismo se sentó.
Una joven que pefectamente podía ser su nieta acudió solícita a su mesa. María tenía apetito. Alrededor del mediodía comió un poco de pan y queso, y una manzana, que había traído de casa. Ahora le apetecía cenar en condiciones. Preguntó lo que podía tomar y la camarera le recomendó maruca a la gallega, que estaba recién hecha; y encantada aceptó el manjar, hacía siglos que no cocinaban para ella.
Le comentó a la camarera si le podIa traer algo para la perrita. Se mostró encantada de que la joven le trajera unos trocitos de carne y un cuenco con agua.
Cómo dos reinas!
Con una porción de tarta de zanahoria y un té remató su cena.
Le vino a la cabeza que su problema estaba sin solucionar, en algún sitio tenía que dormir. Así que se lo comentó a la camarera cuando le trajo la cuenta y así fue cómo supo de la pensión que tenía la madre de la chica, la madre de Nuria, que así se llamaba la camarera. Le comentó que su padre había fallecido hacía dos años y pensó en alquilar la habitación de Nuria, que se había ido a vivir con su novio y acondicionar la buhardilla, cosa que hizo ella misma con muebles de segunda mano. Resultó una amplia habitación con un baño y una pequeña salita. Además estaba cerca de la plaza.
Allí se fue, satusfecha con la magnífica cena y con la ilusión de la posibilidad de un alojamiento. Todo salió a pedir de boca, la habitación de la buhardilla estaba desocupada y además Pepa podía quedarse con ella.
Por todo el lateral que daba a la plaza, la buhardilla se recortaba formando una pequeña terraza. Plantas y una mesa con sillas lo convertían en un lugar ideal para relajarse ante de ir a dormir.
Cuando soltó su bolso de viaje en el suelo, se asomó a la terraza y un largu suspiro y un relax enorme llenó su cuerpo.
Feliz.
Escribí este relato en la puerta de nuestra casita, con los últimos rayos de sol rodeándonos como un halo.
Feliz
Un relato encantador, que me ha arrancado una buena sonrisa. ¡Adelante con tus relatos, Josela!
ResponderEliminarUn beso grande.
Fer
Muy bonito. Da gusto viajar así aunque para ello haya que tener suerte. Solo echo de menos una cosa, el mar.
ResponderEliminarBesos
MUY HERMOSO. ME PASA LO MISMO QUE AL DR... AÑORO EL MAR CADA MAÑANA CUANDO AL ASOMARME A LA VENTANA VEÍA LA BAHÍA DE CIENFUEGOS...
ResponderEliminarESCRIBES MUY BIEN... APUNTO TU BLOG EN LA LISTA PARA VENIR CON FRECUENCIA
SALUDOS
CARLOS
Muchas gracias Fer por darme ánimos. Me relaja mucho escribir y disfryto dándole vueltas a la trama.
ResponderEliminarUn beso enorme
Josela
Aún no echo de menos el mar porque tengo la suerte de estarlo disfrutando, pero voy a sufrir un trauma cuando me tenga que ir.
ResponderEliminarUn beso Dr
Mucha gracias por leerme, Carlos. Estoy encantada de formar parte de esta gran familia de blogueros.
ResponderEliminarSaludos
Josela