lunes, 7 de mayo de 2012

De comida campestre con la abuela.


Sentadas bajo un roble centenario, abuela y nieta iban a celebrar el comienzo del verano con una comida campestre.
Ese día estaban solas en casa, los demás habían llevado el grano al molino y no volverían hasta la tarde. Así que cogieron una cesta con comida, empanada, filloas y fruta y se fueron a sentar a la sombra. Jugaron a los colores, a las adivinanzas, a escuchar la naturaleza y a darse abrazos,  a la nena de cuatro añitos le encantaba dar y recibir abrazos de su abuelita, oir su risa y meter la cabecita en su cuello para decirle al oído que la quería «muy muchísimo».
Desplegaron el mantel y pusieron la comida encima; la abuela le cortó la empanada en trocitos pequeños sacándole los bordes que estaban más duros y luego le dio dos filloas con unos hilillos de miel y una manzana. Una al lado de la otra comían mirando a lo lejos el río y mismo al lado la huerta y una pequeña rosaleda junto a la valla de entrada. Que bien les supo compartir esta aventura, las dos solas, como casi nunca estaban,  disfrutando la una de la otra.
Recogieron todo para la cesta y se echaron abrazadas a dormir la siesta bajo el árbol que con su sombra les daba cobijo. Mientras,  unos pajarillos en sus ramas no perdían de vista las migajas que les habían caído.

Hasta mañana

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