Su hermana melliza, Sara, le decía que su madre se encontraba muy mal. Los médicos le habían dado el alta para que pasara en su hogar y rodeada de los suyos, sus últimos días. "Ven lo más pronto que puedas, hermano"
No por esperado se sentía menos. Había estado con su familia el mes anterior y la vió sonriente pero muy débil. Luchando siempre porque era muy optimista, pero su cuerpo claudicaba frente al cáncer aunque su mente quisiera hacerse fuerte. La adoraba, desde siempre, y ahora se desgarraba por dentro por no poder serle de ayuda.
Levantó la vista y allí en el umbral estaba su vecina Sandra. Radiante, como siempre, y con dos tartaletas de manzana para compartir con el librero. Olían a gloria, como todo lo que hacía esta dulce mujer que, viuda y con hijos fuera, no veía el momento de agasajar a sus vecinos con tartas y galletas, que no haría si solo las preparara para ella. Eso decía.
Ni siquiera tuvo que levantarse porque ella, después de coger una taza de café, se acomodó a su lado y le pasó un brazo por encima de los hombros preguntándole qué le pasaba. No podía articular palabra y solo sentía unas inmensas ganas de desahogarse. Como pudo le contó lo de su madre, que tendría que buscar un vuelo e irse lo más rápido posible. Sandra cogió la tablet que había quedado abandonada en el sofá y se pusieron a ello. En media hora tenía vuelo para primera hora del día siguiente.
No sabía cómo darle las gracias a su amiga por estar cuando la necesitaba, ahora y en todo momento. Desde el primer día empatizaron a la perfección. Sandra acudía a la tienda con cualquier excusa, un libro, un té, hablar de una película o solo comentarle el maravilloso día que hacía. El librero, encantado porque su amiga era un torrente de alegría y su presencía siempre le arrancaba una sonrisa.
Con la promesa de que la llamaría cuando llegara y hubiera visto a su madre, Sandra se fue dándole antes un gran abrazo.
Daniel cerró la tienda y se encaminó a su casa para coger algo de ropa. Esperaba que su mujer fuera a comer con alguna amiga, no tenía ganas de verla y darle explicaciones.
Subió al coche que tenía aparcado cerca y se sintió como en una nube. Aún estuvo sentado unos minutos antes de ponerse en marcha hacia el aeropuerto.
Volvía a Escocia, donde había nacido, pero la alegría se empañaba porque tenía que despedirse de su queridísima madre.