Media mañana, se hace indispensable una parada para el café. En la trastienda caen las últimas gotas y el aroma llega hasta su olfato. No resisten más. Toca una parada entre cardado y alisado, entre un tinte y un moldeado. Hora del café y las galletas.
Es Marisol quien se encarga de la intendencia en la parcela del café. Ella lo compra, de mezcla y molido, y Candelas, para más señas. También se encarga de escoger las galletas que lo acompañarán, esta vez, unas integrales, aunque prueban de todo tipo. Hay que bucear en el extenso mundo de las galletas para encontrar grandes tesoros.
Ofrecen a sus clientas, y ya no es la primera vez que alguna adicta al té ha caído en sus redes. Cualquiera se resiste a un café en una compañía tan agradable, mientras a una la transforman en una diosa.
Y continúa la mañana.
Celia y Marisol retoman el trabajo que han dejado por unos instantes y continúan con su ritual.
Cuando una mujer sale del lavacabezas, la guían al tocador y lo primero que le hacen, si solo tienen que peinar, es secarle y darle forma al flequillo. Enmarcará su rostro y será la primera pincelada. Con los dedos le ahuecan el pelo y ya con el secador empiezan a darle forma. Empieza la magia y la transformación que, al final, emocionará a la clienta.
Hablan poco entre ellas, pero sus gestos cómplices son muy elocuentes, un pestañeo, una afirmación o negación con un ligero movimiento de cabeza, una mirada. No necesitan más.
Celia lleva la batuta y, a la vez que hace un corte, una depilación o peina, pregunta cuánto le queda a ese tinte o que pase fulanita para el lavacabezas o para ponerle el tinte. Marisol es su complemento y está en todas partes, peinando, lavando, con los tintes y moldeados, aquí y allá, pero siempre con una sonrisa.
Todo va sobre ruedas y, aunque es mucho el cansancio al acabar el día, disfrutan con su trabajo y eso se nota. Clientas y peluqueras contentas por igual.
Hasta mañana.
Que tengáis una semana muy placentera. Sed felices.